Durante décadas, el concepto de ergonomía se ha vinculado fundamentalmente a la dimensión física del trabajo: la postura, la iluminación, el mobiliario o la organización del espacio. Sin embargo, en los últimos años ha emergido con fuerza una nueva perspectiva que amplía este enfoque: la ergonomía emocional. Este paradigma propone que el entorno laboral no solo afecta nuestro cuerpo, sino también nuestras emociones, percepciones y salud mental. El lugar de trabajo, en este sentido, no solo debe ser funcional y seguro, sino también acogedor, significativo y psicológicamente saludable.
La ergonomía emocional se sitúa en la intersección entre la ergonomía clásica, la psicología ambiental y la psicosociología del trabajo. Diversos estudios han demostrado que el diseño del puesto de trabajo influye directamente en variables tan complejas como el estrés, la motivación o el sentido de pertenencia. Un entorno ruidoso, desorganizado o carente de privacidad no solo dificulta la concentración, sino que puede generar ansiedad, fatiga emocional o despersonalización. Por el contrario, un espacio luminoso, ordenado y con elementos naturales puede mejorar el estado de ánimo, la productividad y el bienestar general.
Uno de los conceptos clave en esta línea es el de percepción de control. Se refiere al grado en que las personas sienten que pueden influir sobre su entorno y decisiones laborales. La investigación en psicología organizacional ha mostrado consistentemente que una alta percepción de control se asocia con menores niveles de estrés, mayor satisfacción laboral y menor riesgo de burnout (Karasek & Theorell, 1990). Esto implica que no basta con ofrecer un mobiliario ergonómico; también es fundamental que las personas tengan cierta autonomía sobre la configuración de su espacio, la gestión del tiempo y la forma de realizar sus tareas.
En este sentido, la ergonomía emocional se alinea con los modelos de trabajo centrados en la persona, que promueven un entorno laboral participativo, inclusivo y sensible a las diferencias individuales. Elementos como la posibilidad de regular la luz o la temperatura, elegir el tipo de asiento, tener espacios de descanso adecuados o incorporar elementos personales en el escritorio, pueden parecer detalles menores, pero tienen un gran impacto en el estado emocional de los trabajadores.
El diseño del entorno físico también influye en las relaciones interpersonales. Oficinas excesivamente abiertas pueden fomentar la comunicación, pero también generar distracción, falta de privacidad y sobrecarga sensorial. En cambio, entornos flexibles que combinan zonas de colaboración y espacios de concentración permiten a las personas adaptarse a diferentes necesidades cognitivas y emocionales a lo largo del día. Esta adaptación del entorno al ciclo de trabajo es clave para mantener niveles óptimos de energía y rendimiento.
Además, el papel de la neuroarquitectura –disciplina que estudia cómo el espacio afecta al cerebro y las emociones– ha cobrado protagonismo en la última década. Se ha demostrado, por ejemplo, que las curvas suaves en el diseño generan sensaciones de seguridad, que la luz natural regula el ritmo circadiano y que los colores fríos o neutros promueven la concentración y la calma (Sternberg, 2009). Estas variables no suelen considerarse en los análisis clásicos de riesgos laborales, pero tienen un impacto directo en la salud psicosocial de los trabajadores.
La integración de la sostenibilidad también se convierte en un factor emocional. Espacios diseñados con materiales ecológicos, eficiencia energética y conexión con el entorno natural (biofilia) generan mayor compromiso y orgullo en los empleados. La ergonomía emocional no es ajena a la cultura organizacional: un entorno coherente con los valores de sostenibilidad y bienestar transmite mensajes de cuidado y respeto que impactan en la percepción del trabajador sobre su lugar en la empresa.
Por todo ello, avanzar hacia una ergonomía emocional implica trascender los enfoques tradicionales de seguridad y salud laboral. Es necesario evaluar no solo los factores de riesgo biomecánico o ambiental, sino también los componentes emocionales y simbólicos del espacio. Esto requiere la colaboración de equipos multidisciplinares: arquitectos, diseñadores, especialistas en PRL, psicólogos del trabajo y expertos en sostenibilidad. La evaluación participativa, a través de encuestas, grupos focales o análisis etnográficos, permite comprender cómo se vive y se siente el entorno de trabajo desde la perspectiva de quienes lo habitan.
Las organizaciones que incorporan estos principios en el diseño de espacios laborales no solo protegen la salud de sus equipos, sino que fomentan la creatividad, la conexión y el compromiso. En un contexto donde los factores psicosociales son una de las principales causas de bajas laborales y malestar, atender al diseño emocional del puesto de trabajo ya no es un lujo, sino una necesidad estratégica.
La ergonomía emocional no sustituye a la ergonomía clásica, sino que la complementa y enriquece. Supone un paso más en la evolución hacia entornos de trabajo realmente humanos, donde la salud no se mida solo en términos de accidentes evitados, sino también de emociones positivas generadas. El reto está en integrar esta mirada en la cultura preventiva de las organizaciones, reconociendo que lo que sentimos también forma parte de nuestra seguridad y bienestar.
Información obtenida de : https://www.prevencionintegral.com/actualidad/noticias/2025/09/10/ergonomia-emocional-mas-alla-postura-entorno-que-tambien-influye-en-como-nos-sentimos
Click aquí para conocer los servicios que brinda ConsulDar: https://www.consuldar.com.ar
Seguinos en nuestras redes:
Argentina:
https://www.instagram.com/matrizya
https://www.instagram.com/consuldar
España: