El impulso global hacia una economía verde y la transición energética es, sin duda, uno de los mayores retos –y oportunidades– del siglo XXI.
Más allá de la tecnología y la inversión, este cambio implica una profunda transformación en la organización del trabajo, las condiciones laborales y la cultura preventiva en las empresas. En este contexto, tanto Europa como América Latina viven realidades distintas, pero igualmente complejas, que requieren una reflexión crítica desde la perspectiva de la seguridad y salud en el trabajo (SST), la sostenibilidad y la gestión del cambio.
La economía verde no se limita a la reducción de emisiones o al reciclaje: implica repensar el modelo productivo. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la transición a economías sostenibles podría generar 24 millones de empleos netos en el mundo para 2030, especialmente en sectores como las energías renovables, la construcción eficiente, la gestión de residuos y la movilidad eléctrica. Sin embargo, estos nuevos empleos deben ser también empleos dignos, seguros y sostenibles. La SST no puede quedar rezagada en esta transición: debe integrarse desde el diseño de políticas públicas hasta la implementación de proyectos locales.
En Europa, la Estrategia de Transición Justa y el Pacto Verde Europeo están marcando la pauta. Alemania, Dinamarca y España destacan como líderes en energías renovables, impulsando la formación de técnicos especializados en energía solar, eólica o almacenamiento energético. Pero este nuevo mapa del empleo también trae consigo riesgos emergentes: exposición a nuevos agentes físicos o químicos, trabajo en altura en instalaciones eólicas, o el estrés térmico asociado al mantenimiento de placas solares. De ahí la necesidad de incorporar la prevención como eje central en los nuevos modelos productivos.
Las empresas europeas están siendo sometidas a exigencias normativas más estrictas en cuanto a huella de carbono, economía circular y trazabilidad ambiental. Esto las obliga a redefinir sus procesos, invertir en nuevas tecnologías y, muy especialmente, formar a sus trabajadores y responsables de prevención en competencias verdes. Tal como advierte la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (EU-OSHA), «la sostenibilidad no puede lograrse sin garantizar condiciones de trabajo seguras y saludables».
En América Latina, la situación es diferente pero no menos relevante. Países como Chile, Uruguay y Costa Rica han avanzado significativamente en energías limpias, mientras que otros enfrentan retos estructurales, como la dependencia de la minería o la agricultura intensiva. En estos sectores, la transición energética debe ir acompañada de una mejora sustancial en las condiciones laborales, muchas veces marcadas por la informalidad, la precariedad o la exposición a riesgos graves.
En la minería del litio, por ejemplo –clave para las baterías de coches eléctricos– se requiere una urgente revisión de los protocolos de SST, tanto por los riesgos químicos como por las condiciones extremas en las que se desarrolla este trabajo. La agricultura también enfrenta desafíos, ya que el cambio climático está provocando olas de calor más intensas, afectando directamente la salud de los trabajadores rurales. En este contexto, los sistemas de vigilancia epidemiológica laboral, la ergonomía y la capacitación preventiva cobran un nuevo protagonismo.
Una dimensión crítica es la justicia social en esta transición. ¿Quiénes están siendo formados para acceder a los nuevos empleos verdes? ¿Cómo se está protegiendo a los trabajadores actuales cuyos puestos podrían desaparecer? ¿Se están contemplando criterios de equidad de género, inclusión y diversidad en la reestructuración del mercado laboral? La economía verde, si no se gestiona con enfoque integral, podría reproducir o incluso agudizar las desigualdades existentes.
Desde el liderazgo empresarial, es esencial adoptar una visión de largo plazo. No se trata solo de cumplir con normativas ambientales, sino de asumir un compromiso ético con la sostenibilidad del planeta y con la dignidad de las personas trabajadoras. El liderazgo preventivo, la innovación en gestión del cambio, la inversión en bienestar laboral y la colaboración público-privada son elementos clave para que la transición energética sea realmente justa.
En conclusión, la economía verde representa una oportunidad histórica para transformar el mundo del trabajo. Pero esta transformación debe hacerse con responsabilidad, centrando a las personas en el centro de la transición. Los profesionales de la prevención, los gestores de recursos humanos, los responsables políticos y los líderes empresariales tienen ante sí el reto –y la obligación– de garantizar que la sostenibilidad ambiental vaya de la mano de la sostenibilidad social y laboral.
Escrito por Prevención Integral: https://www.prevencionintegral.com/actualidad/noticias/2025/07/01/transicion-energetica-economia-verde-estamos-preparados-para-cambio-en-trabajo
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